Antonio
Vàsquez
Antonio Vàsquez dirige una
institucion de àmbito nacional promovida por padres de familia, donde èstos
tienen un singular protagonismo. Desde hace màs de veinte años ha dedicado a
esta tarea la totalidad de su quehacer profesional. Antes habia desempeñado la
gerencia de empresas informativas: periodico diario; edicion y distribucion de
libros y revistas. La orientacion familiar captò desde el primer momento su
atenciòn, participando en cursos, coferencias, congresos, etc. Se especializo
en el àrea de relaciones conyugales. Hace simultaneas estas tareas con
asesoramiento tècnico a instituciones educativas de Europa y Amèrica, donde
tambien ha impartido cursos monograficos y conferencias. Sus publicaciones
estan presentes en revistas españolas y americanas. Esta casado y es padre de
cinco hijos.
Una anécdota
expresiva
Un hombre es un hombre y una mujer es
una mujer. Esta verdad que firmaria Perogrullo, es el origen de una multitud de
disgustos que surgen en el matrimonio. Sorprende ver matrimonios con cuarenta años de vida en
comùn que, todavia, no han aprendido este principio bàsico. Intentan, en vano,
identificarse. Son sencillamente diversos, distintos.
Varon y mujer “Estan llamdos a sumar sus capacidades, apuntar sus limitaciones y
armonizar sus esfuerzos”.
Una historia antigua resulta
particularmente expresiva. Era el argumento de una tragedia griega. Dos amantes
vivian separados por las aguas del Bòsforo. Cada noche, despues de una dura
jornada de trabajo, nuestro hombre se sumergia en aquellas aguas para alcanzar
la otra orilla en busca de su amada. Cuando jadeante ponìa los pies en la
playa, la salutacion de aquella encantadora mujer era siempre la misma: ¿Cariño
mìo, me quieres? La pregunta se confundia con el rumor de las olas y se clavaba
en su pecho removiendo los mas desolados sentimientos. Aquí estaba la raiz de
la tragedia. El esfuerzo de un dia de trabajo, la frias aguas del estrecho, la
larga travesia a nado, significaban muy poco a los ojos de la amada. Lo
verdaderamente importante eran esas tres palabras “Sì te quiero”.
“El hombre y la mujer son iguales en dignidad son como la
cara de y la cruz de una unica moneda que es la raza humana”(p.59)
Diferentes en el ser
Con sòlo asomarnos al texto màs
elemental de psicologia diferencial encontramos unos caracteres distitntos en
el hombre y la mujer. Asì es y asì debe continuar. Para que pueda existir
armania y equilibrio entre los sexos es imprescindible que permanezca nìtida
sus cualidades con su fina premoniciòn advertìa Marañòn hace mucho años a los
padres y educadores: Es necesario hacer hombres, muy hombres a los hombres, y
mujeres, muy mujeres a las mujeres (P. 60).
Amor
¡Felicidad! He aquí la palabra màgica
tras la que todos corremos. Nos la han vestido con tantos disfraces que resulta
muy dificil reconocerla.
·
¿Tener salud? Conozco enfermos con la permanente sonrisa en
los labios.
·
¿Tener dinero? Tù sabes que en los paises màs poderosos se da
ìndice màs elevado de sucidios.
·
¿Brillo social? ¡Cuantas amarguras se esconden debajo de una
mascara de luz artificial!
A
pesar de todo, para comprar una parcela de felicidad estamos dispuestos a pagar
el más alto precio, y cuando al fin nos parece que la poseemos, es tan grande
el miedo de volverla a perder que se nos derrite entre las manos, ardientes de
ansiedad.
Por
fin encontramos el filón: Corramos tras el amor, allí está la felicidad, nos
decidimos. Pocas veces nos hemos puesto de acuerdo con tanta unanimidad sobre
esta idea. Felicidad y amor son dos palabras inseparables. Es de justicia
reconocer que no se concibe la una sin la otra.
“Sólo en el hecho de amar
ya hay un anticipo y un dividendo de felicidad”
Pero
no nos engañemos la primera condición para encontrar la felicidad es no buscarla Thibon dice que el hombre noble se esfuerza en vivir como hombre, el
hombre vil se esfuerza en vivir feliz. Ya estamos ante la gran paradoja.
Sólo cuando estamos dispuestos a darlo todo, a cambio de nada, estamos dando
pasos de gigante para acercarnos a la felicidad. (pp. 77-78)
¿Derecho a la
felicidad? No os habéis dado cuenta de que todo el mundo clama por esta
posesión. Parece como si la felicidad estuviera en el frontispicio de la
constitución de un país y fuera exigible por ley. Concederla en vez de un yo
capaz de lograrla. Como si nos llegara desde fuera en vez de engendrarla desde
dentro.
¿Derecho ante
quién y frente a quién? ¿Quién la da? ¿Dónde está la fabrica? Cuando se exige
así, en el mejor de los casos nos suelen responder con un sucedáneo de baja
calidad.
No hay derecho en
el amor. Sólo cabe un único e imborrable derecho, aquel que tenemos a no tener
ninguno. Ésa es la gran prerrogativa, el gran privilegio del buen amador.
Digamos aun más
claro
“O
el yo mata al amor, o el amor mata al yo”
Y es ese yo
enterrado el que fecunda y florece en felicidad. (p. 80)
Amor y misterio
El amor es un
misterio. Hay que decirlo bien pronto para que no caigamos en la ingenuidad de
escavar en miles definiciones que se han inventado y que se nos propondrán.
Quizá en este punto reside su grandeza nuestra ansiedad.
Cuando
el amor nace entre un hombre y una mujer, cada uno de ellos aporta una fuente
inagotable de posibilidades y la resultante se trenza en un horizonte
inacabable. Detrás de lo que se ve y se intuye existe un más allá que se traduce en fascinación, tan cercana en la
punta de los dedos como perdida en la niebla de lo lejano.
Pero
existe una raíz aún más profunda de este misterio. Existe una tendencia clara a
fijarse con mayor atención en el objeto del amor que en su principio. Resulta
imposible llegar a aproximarse a entender qué es el amor sin saber de dónde
viene y adonde va.
¿Quién
ha puesto en el hombre la capacidad de amar?, ¿dónde se encuentra es fuente
interminable de amor? Cuando el hombre y la mujer se plantean estos
interrogantes en toda profundidad llegan a la conclusión de que sólo existe un Ser
que por esencia es Amor: Dios.
“Dios es el origen y el
fin de amor”
Aquí
el manantial inagotable y la causa de esa capacidad de atracción inabarcable.
Se ha escrito millares y millares de libros el tema del amor. No olvidemos por
tanto, que el amor es un misterio y que la persona amada no es el fin del amor;
el amor es una facultad del alma, no su fin. Su fin es Dios. El modelo de su
amor es amar como Dios ama. (pp. 82-83).
Referencia bibliográfica
Vásquez, A. (2007). Matrimonio para un tiempo nuevo.
(6ª ed.). Madrid: Ediciones Palabra, S.A.