domingo, 26 de junio de 2016

“SER HOMBRE Y SER MUJER” Y “AMOR Y FELICIDAD”








Antonio Vàsquez

Antonio Vàsquez dirige una institucion de àmbito nacional promovida por padres de familia, donde èstos tienen un singular protagonismo. Desde hace màs de veinte años ha dedicado a esta tarea la totalidad de su quehacer profesional. Antes habia desempeñado la gerencia de empresas informativas: periodico diario; edicion y distribucion de libros y revistas. La orientacion familiar captò desde el primer momento su atenciòn, participando en cursos, coferencias, congresos, etc. Se especializo en el àrea de relaciones conyugales. Hace simultaneas estas tareas con asesoramiento tècnico a instituciones educativas de Europa y Amèrica, donde tambien ha impartido cursos monograficos y conferencias. Sus publicaciones estan presentes en revistas españolas y americanas. Esta casado y es padre de cinco hijos.

Una anécdota expresiva

Un hombre es un hombre y una mujer es una mujer. Esta verdad que firmaria Perogrullo, es el origen de una multitud de disgustos que surgen en el matrimonio. Sorprende  ver matrimonios con cuarenta años de vida en comùn que, todavia, no han aprendido este principio bàsico. Intentan, en vano, identificarse. Son sencillamente diversos, distintos.
Varon y mujer “Estan llamdos a sumar sus capacidades, apuntar sus limitaciones y armonizar sus esfuerzos”.

Una historia antigua resulta particularmente expresiva. Era el argumento de una tragedia griega. Dos amantes vivian separados por las aguas del Bòsforo. Cada noche, despues de una dura jornada de trabajo, nuestro hombre se sumergia en aquellas aguas para alcanzar la otra orilla en busca de su amada. Cuando jadeante ponìa los pies en la playa, la salutacion de aquella encantadora mujer era siempre la misma: ¿Cariño mìo, me quieres? La pregunta se confundia con el rumor de las olas y se clavaba en su pecho removiendo los mas desolados sentimientos. Aquí estaba la raiz de la tragedia. El esfuerzo de un dia de trabajo, la frias aguas del estrecho, la larga travesia a nado, significaban muy poco a los ojos de la amada. Lo verdaderamente importante eran esas tres palabras “Sì te quiero”.
“El hombre y la mujer son iguales en dignidad son como la cara de y la cruz de una unica moneda que es la raza humana”(p.59)

Diferentes en el ser

Con sòlo asomarnos al texto màs elemental de psicologia diferencial encontramos unos caracteres distitntos en el hombre y la mujer. Asì es y asì debe continuar. Para que pueda existir armania y equilibrio entre los sexos es imprescindible que permanezca nìtida sus cualidades con su fina premoniciòn advertìa Marañòn hace mucho años a los padres y educadores: Es necesario hacer hombres, muy hombres a los hombres, y mujeres, muy mujeres a las mujeres (P. 60).

Amor
¡Felicidad! He aquí la palabra màgica tras la que todos corremos. Nos la han vestido con tantos disfraces que resulta muy dificil reconocerla.
·         ¿Tener salud? Conozco enfermos con la permanente sonrisa en los labios.
·         ¿Tener dinero? Tù sabes que en los paises màs poderosos se da ìndice màs elevado de sucidios.
·         ¿Brillo social? ¡Cuantas amarguras se esconden debajo de una mascara de luz artificial!
A pesar de todo, para comprar una parcela de felicidad estamos dispuestos a pagar el más alto precio, y cuando al fin nos parece que la poseemos, es tan grande el miedo de volverla a perder que se nos derrite entre las manos, ardientes de ansiedad.

Por fin encontramos el filón: Corramos tras el amor, allí está la felicidad, nos decidimos. Pocas veces nos hemos puesto de acuerdo con tanta unanimidad sobre esta idea. Felicidad y amor son dos palabras inseparables. Es de justicia reconocer que no se concibe la una sin la otra.
“Sólo en el hecho de amar ya hay un anticipo y un dividendo de felicidad”
Pero no nos engañemos la primera condición para encontrar la felicidad es no buscarla Thibon dice que el hombre noble se esfuerza en vivir como hombre, el hombre vil se esfuerza en vivir feliz. Ya estamos ante la gran paradoja. Sólo cuando estamos dispuestos a darlo todo, a cambio de nada, estamos dando pasos de gigante para acercarnos a la felicidad. (pp. 77-78)

¿Derecho a la felicidad? No os habéis dado cuenta de que todo el mundo clama por esta posesión. Parece como si la felicidad estuviera en el frontispicio de la constitución de un país y fuera exigible por ley. Concederla en vez de un yo capaz de lograrla. Como si nos llegara desde fuera en vez de engendrarla desde dentro.

¿Derecho ante quién y frente a quién? ¿Quién la da? ¿Dónde está la fabrica? Cuando se exige así, en el mejor de los casos nos suelen responder con un sucedáneo de baja calidad.
No hay derecho en el amor. Sólo cabe un único e imborrable derecho, aquel que tenemos a no tener ninguno. Ésa es la gran prerrogativa, el gran privilegio del buen amador.
Digamos aun más claro
“O el yo mata al amor, o el amor mata al yo”
Y es ese yo enterrado el que fecunda y florece en felicidad. (p. 80)

Amor y misterio

El amor es un misterio. Hay que decirlo bien pronto para que no caigamos en la ingenuidad de escavar en miles definiciones que se han inventado y que se nos propondrán. Quizá en este punto reside su grandeza nuestra ansiedad. 
Cuando el amor nace entre un hombre y una mujer, cada uno de ellos aporta una fuente inagotable de posibilidades y la resultante se trenza en un horizonte inacabable. Detrás de lo que se ve y se intuye existe un más allá que se  traduce en fascinación, tan cercana en la punta de los dedos como perdida en la niebla de lo lejano.

Pero existe una raíz aún más profunda de este misterio. Existe una tendencia clara a fijarse con mayor atención en el objeto del amor que en su principio. Resulta imposible llegar a aproximarse a entender qué es el amor sin saber de dónde viene y adonde va.
¿Quién ha puesto en el hombre la capacidad de amar?, ¿dónde se encuentra es fuente interminable de amor? Cuando el hombre y la mujer se plantean estos interrogantes en toda profundidad llegan a la conclusión de que sólo existe un Ser que por esencia es Amor: Dios.

“Dios es el origen y el fin de amor”
Aquí el manantial inagotable y la causa de esa capacidad de atracción inabarcable. Se ha escrito millares y millares de libros el tema del amor. No olvidemos por tanto, que el amor es un misterio y que la persona amada no es el fin del amor; el amor es una facultad del alma, no su fin. Su fin es Dios. El modelo de su amor es amar como Dios ama. (pp. 82-83).

Referencia bibliográfica
Vásquez, A. (2007). Matrimonio para un tiempo nuevo. (6ª ed.). Madrid: Ediciones Palabra, S.A.  



miércoles, 22 de junio de 2016

AMOR ORDENADO Y AMOR DESORDENADO












JAVIER HERVADA

Javer Hervada es Catedratico Emerito de Derecho Canònico y de Derecho Eclesiàstico del Estado y Profesor Honorario de Filosofìa de Derecho, Director del Instituto de Derechos Humanos y Director del Instituto “Martìn de Azpilcueta”. Ha dirigido las revistas lus Canonicum, Persona y Derecho, Humana lura y Fidelium lura. Està en posesiòn de la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, S.S. Juan Pablo II le nombrò caballero comendador de la Orden de San Gregorio Magno y es Doctor “honoris causa” por la pontificia Universidad del la Santa Croce (Roma). Està reconocido como uno de los mas prestigiosos matrimonialistas del siglo XX.  



Ideas puntuales

Una afirmacion incidental de Pieper, en su libro “El amor, nos puede intruducir en el camino de nuestras reflexiones: El amor escribe y sòlo el amor, es lo que tiene que estar en el orden para que todo hombre lo èste, y sea bueno”. Fijemonos en el matiz: el amor tiene que estar en orden. Según el amor este o no ordenado, el vivir del hombre serà recto o desordenado. Ya lo decia San Agustìn muchos siglos antes: “Todos viven de su amor, hacia el bien o hacia el mal”.
Es el mismo San Agustin quien en “La ciudad de Dios” plantea su famosa teoria de los dos amores: “Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sì mismo, la celestial”.

Hablando con propiedad de lenguaje, no es que haya dos amores (visto el tema desde la perspectiva en que estamos situados) hay un solo amor, pero este amor puede ser ordenado o desordenado, virtuoso o vicioso. Por eso, aunque es habitual que, al hablar de amor, se sobreentienda el amor ordenado, cuando se quiere dejar inequívocamente claro que uno se refiere al amor ordenado, se suele añadir un adjetivo: verdadero, autentico, ordenado, genuino, etc.

En este punto y antes de seguir adelante quisiera hacer un inciso para aclarar una posible confusión. El amor ordenado del aquí hablamos no es aquella ordenación exterior que proviene de las convenciones sociales, de la costumbre o de las formas humanas de conducta. Recuerdo al respecto, como ejemplo típico de la crasa ignorancia que a veces manifiestan quienes hablan de este tema.
Quede, puede, claro que al hablar del amor ordenado no me refiero a las conversaciones sociales, a las costumbres de los pueblos o a las formas humanas. Me refiero a aquel orden intrínseco del amor que es inherente a él mismo; en categorías filosóficas, hablo del orden como trascendental de ser. (p. 123)

Una rueda, por ejemplo, es tanto más rueda cuanto más perfectamente es circulo; si una parte de ella se desordena y adquiere una forma parabólica, la rueda pierde en parte su ser mismo de rueda, y si tanto se desordena su estructura que adquiere una forma cuadrada, dejaría de ser rueda. ¿Qué es cualquier enfermedad, sino la rotura parcial de orden intrínseco del cuerpo humano? Cuando un musculo, en lugar de moverse según el orden natural que lo rige, se mueve desordenamente, se origina un movimiento espasmódico, si tiene ciertas características. Cuando unas células del cuerpo crecen desordena mente y alteran su conformación, se origina un tumor. Un cuerpo enfermo es siempre un cuerpo con una alteración en la constitución que le es normal. La enfermedad es lo anormal, lo que está fuera de la norma del cuerpo, esto es, de su orden en sentido filosófico.

Es de este orden del que aquí hablamos. De aquel orden en cuya virtud el ser se desarrolla normalmente y cuya disminución o perdida, disminuye la capacidad del ser o lo destruye. Aquel orden que, por ser un trascendental, potencia y perfecciona al amor, cuanto más ordenado es.
El amor desordenado es imperfección y degradación del amor, es menos amor, cuando no se transforma en su corrupción. El amor ordenado es el amor, aquel que es verdadero, bueno y bello.
Hecha esta discreción, sigamos con el hilo del discurso. Hay, decía un solo amor. En efecto, el amor no es otra cosa que el primer movimiento de la voluntad en cuanto, de modo concreto, se orienta y adhiere intencionalmente al objeto amado. (pp. 123-124)

En otras palabras, es el primer movimiento de la inclinación al bien, grabada en la naturaleza, en el corazón del hombre. Lo que ocurre es que, junto al amor verdadero hay un amor falso, junto al amor virtuoso hay un amor vicioso. ¿Por qué? Por que el hombre tiene en sí un factor de desorden en su inclinación al bien, de modo que, además de la ley natural, tiene también la inclinación al mal (la concupiscencia), que se le aparece con ropaje de un cierto bien. Si el amor es el primer movimiento de la voluntad, la apertura primaria de la voluntad en cuanto se inclina al bien, cuando esta inclinación esta desordenada, el amor nace desordenado según un orden o desorden fundamental de la persona. Y es lógico que así sea: el amor es acto, de la potencia (de la voluntad). Según el orden fundamental de la voluntad, así será el orden del amor que de ella nazca.

La conclusión que de esto se deduce es clara: no porque haya amor, hay ya conducta recta. Sin la idea de orden, el amor se falsea y se degrada, como se falsea y se degrada la conducta humana.
El amor en sì no mide originalmente el obrar humano. La espontaneidad del amor no es fuente primaria del orden, porque el amor es una realidad media, ordenada, por un criterio distinto al de su espontaneidad. Sólo en un momento posterior, cuando hablamos de un amor ordenado, entonces sí que el amor es la ley –ley suprema- del vivir del obrar del hombre. Entonces sí que adquiere toda su validez el “ama y haz lo que quieras”   de San Agustín. Entonces sí que el amor resume y compendia todos preceptos de la ley natural. (p.125)

Referencia bibliográfica
Hervada, J. (2007). Diálogo sobre el amor y el matrimonio. (4ª ed.). Navarra: Eunsa.



lunes, 20 de junio de 2016

ES UNIÓN DE VIDA Y AMOR, PARA SIEMPRE, ENTRE UN HOMBRE Y UNA MUJER



ROZA CORAZÓN
Roza corazón es abogada matrimonialista y para la defensa de nulidades matrimoniales ante los tribunales eclesiásticos y ante el tribunal de la rota de España y en derecho civil. Gran conocedora del matrimonio, ha escrito más de un centenar de artículos en periódicos, revistas e internet. Su anterior libro, nulidades matrimoniales, lleva ya tres ediciones en menos de 18 mese. Es miembro de la asociación española de Canonistas y de la Consociatio Internationalis Studio luris Canonici Promovendo. 

Ideas puntuales
El corazón del ser humano, hombre y mujer, está hecho para el amor. El hombre no puede vivir sin amor, pues de otro modo su vida carece de sentido. El hombre necesita encontrarse con el amor, conocer el amor, experimentarlo y hacerlo propio. Pero también llamamos amores a cosa que no son amor.
El amor conyugal es de un hombre con una mujer. La relación homosexual no puede estar abierta, como relación heterosexual, al bien de la vida. Los actos homosexuales no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. Son contrarios a la ley natural. (p.101).

Somos complementarios

La condición sexuada: hombre y mujer no es sólo una cuestión biológica, afecta a toda la vida y a todas sus dimensiones, y se presenta en la mujer y en el hombre bajo diferencias no sólo biológicas sino también, y sobre todo, psíquicas y espirituales la mujer presenta unos determinados valores: es más rápida en reflejos y de compresión, más sentimental, más intuitiva y más sensible.
Se reconoce como virtud propia de la mujer: la delicadeza, la generosidad, el amor por lo concreto y la fortaleza. Suele dar más importancia a los detalles, y su psicología es más complicada y con más variaciones de carácter que la masculina.
El hombre tiene otros valores: reflexivo y racional, posee mayor fuerza física y es más autoritario, por lo general. Se suele decir que el hombre es más cerebral y que sus raciocinios son más lógicos (pp. 106-107).
La sexualidad en el hombre es más física que afectiva comparada con la mujer. Aunque tanto en él como en ella afecta el núcleo intimo de toda su persona.
En el matrimonio y en la familia el papel de los dos, hombre y mujer, es importante y necesario. Las diferencias entre hombre y mujer pueden generar conflictos pero precisamente por ellas es por lo que somos un complemento perfecto. (pp.107-108).
El amor conyugal es lo que lleva a él y a ella a una donación libre y mutua de sí mismo.
Puede enturbiar el verdadero amor en el hombre su deseo sexual y su fría razón, y en la mujer la complejidad del mundo de sus sentimientos que puede resultar intrincado, enmarañado y confuso, y hasta incluso inexpugnable, cuando no se puede vencer ni persuadir de aquí puede nacer un sentimiento de víctima que en ocasiones puede no corresponderse con la realidad.
Aunque parezca mentira, la fría razón en él y en ella su complicado mundo sentimental pueden jugarnos malas pasadas, llegando a oscurecer el amor y hasta hacernos perder el sentido común y la racionalidad.
El respeto muto en la relación hombre-mujer es fundamental. Hay una barrera que nunca se puede traspasar porque, prácticamente, es irreparable. (108-109)

¿Es posible que la admiración permanezca?
En la buena relación hombre-mujer es necesario que se dé algo de admiración hacia el otro. Cuando nos enamoramos admiramos al otro, tanto que el peligro está en que lo que nos lleva a admirarle nos impida ver defectos u obstáculos importantes; y de ahí el famoso dicho “el amor es ciego”
Nadie es perfecto y todos tenemos cosas buenas y malas unas dignas de admirar y otras que sería mejor no tenerlas. (p. 112).

Referencia bibliográfica

Corazón, R. (2003). Cásate y verás. Prologo de Fernando Vizcaíno Casas. Marova. Madrid.