JAVIER HERVADA
Javer Hervada es Catedratico Emerito
de Derecho Canònico y de Derecho Eclesiàstico del Estado y Profesor Honorario
de Filosofìa de Derecho, Director del Instituto de Derechos Humanos y Director
del Instituto “Martìn de Azpilcueta”. Ha dirigido las revistas lus Canonicum,
Persona y Derecho, Humana lura y Fidelium lura. Està en posesiòn de la Cruz de
Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, S.S. Juan Pablo II le nombrò
caballero comendador de la Orden de San Gregorio Magno y es Doctor “honoris
causa” por la pontificia Universidad del la Santa Croce (Roma). Està reconocido
como uno de los mas prestigiosos matrimonialistas del siglo XX.
Ideas puntuales
Una afirmacion incidental de Pieper,
en su libro “El amor, nos puede intruducir en el camino de nuestras reflexiones:
El amor escribe y sòlo el amor, es lo que tiene que estar en el orden para que
todo hombre lo èste, y sea bueno”. Fijemonos en el matiz: el amor tiene que
estar en orden. Según el amor este o no ordenado, el vivir del hombre serà
recto o desordenado. Ya lo decia San Agustìn muchos siglos antes: “Todos viven
de su amor, hacia el bien o hacia el mal”.
Es el mismo San Agustin quien en “La
ciudad de Dios” plantea su famosa teoria de los dos amores: “Dos amores
fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de
Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sì mismo, la
celestial”.
Hablando
con propiedad de lenguaje, no es que haya dos amores (visto el tema desde la
perspectiva en que estamos situados) hay un solo amor, pero este amor puede ser
ordenado o desordenado, virtuoso o vicioso. Por eso, aunque es habitual que, al
hablar de amor, se sobreentienda el amor ordenado, cuando se quiere dejar
inequívocamente claro que uno se refiere al amor ordenado, se suele añadir un
adjetivo: verdadero, autentico, ordenado, genuino, etc.
En
este punto y antes de seguir adelante quisiera hacer un inciso para aclarar una
posible confusión. El amor ordenado del aquí hablamos no es aquella ordenación
exterior que proviene de las convenciones sociales, de la costumbre o de las
formas humanas de conducta. Recuerdo al respecto, como ejemplo típico de la
crasa ignorancia que a veces manifiestan quienes hablan de este tema.
Quede,
puede, claro que al hablar del amor ordenado no me refiero a las conversaciones
sociales, a las costumbres de los pueblos o a las formas humanas. Me refiero a
aquel orden intrínseco del amor que es inherente a él mismo; en categorías
filosóficas, hablo del orden como trascendental de ser. (p. 123)
Una
rueda, por ejemplo, es tanto más rueda cuanto más perfectamente es circulo; si
una parte de ella se desordena y adquiere una forma parabólica, la rueda pierde
en parte su ser mismo de rueda, y si tanto se desordena su estructura que
adquiere una forma cuadrada, dejaría de ser rueda. ¿Qué es cualquier
enfermedad, sino la rotura parcial de orden intrínseco del cuerpo humano?
Cuando un musculo, en lugar de moverse según el orden natural que lo rige, se
mueve desordenamente, se origina un movimiento espasmódico, si tiene ciertas
características. Cuando unas células del cuerpo crecen desordena mente y
alteran su conformación, se origina un tumor. Un cuerpo enfermo es siempre un
cuerpo con una alteración en la constitución que le es normal. La enfermedad es
lo anormal, lo que está fuera de la norma del cuerpo, esto es, de su orden en
sentido filosófico.
Es
de este orden del que aquí hablamos. De aquel orden en cuya virtud el ser se
desarrolla normalmente y cuya disminución o perdida, disminuye la capacidad del
ser o lo destruye. Aquel orden que, por ser un trascendental, potencia y
perfecciona al amor, cuanto más ordenado es.
El
amor desordenado es imperfección y degradación del amor, es menos amor, cuando
no se transforma en su corrupción. El amor ordenado es el amor, aquel que es
verdadero, bueno y bello.
Hecha
esta discreción, sigamos con el hilo del discurso. Hay, decía un solo amor. En
efecto, el amor no es otra cosa que el primer movimiento de la voluntad en
cuanto, de modo concreto, se orienta y adhiere intencionalmente al objeto
amado. (pp. 123-124)
En
otras palabras, es el primer movimiento de la inclinación al bien, grabada en
la naturaleza, en el corazón del hombre. Lo que ocurre es que, junto al amor
verdadero hay un amor falso, junto al amor virtuoso hay un amor vicioso. ¿Por
qué? Por que el hombre tiene en sí un factor de desorden en su inclinación al
bien, de modo que, además de la ley natural, tiene también la inclinación al
mal (la concupiscencia), que se le aparece con ropaje de un cierto bien. Si el
amor es el primer movimiento de la voluntad, la apertura primaria de la
voluntad en cuanto se inclina al bien, cuando esta inclinación esta
desordenada, el amor nace desordenado según un orden o desorden fundamental de
la persona. Y es lógico que así sea: el amor es acto, de la potencia (de la
voluntad). Según el orden fundamental de la voluntad, así será el orden del
amor que de ella nazca.
La
conclusión que de esto se deduce es clara: no porque haya amor, hay ya conducta
recta. Sin la idea de orden, el amor se falsea y se degrada, como se falsea y
se degrada la conducta humana.
El
amor en sì no mide originalmente el obrar humano. La espontaneidad del amor no
es fuente primaria del orden, porque el amor es una realidad media, ordenada,
por un criterio distinto al de su espontaneidad. Sólo en un momento posterior,
cuando hablamos de un amor ordenado, entonces sí que el amor es la ley –ley
suprema- del vivir del obrar del hombre. Entonces sí que adquiere toda su
validez el “ama y haz lo que quieras”
de San Agustín. Entonces sí que el amor resume y compendia todos
preceptos de la ley natural. (p.125)
Referencia bibliográfica
Hervada, J. (2007). Diálogo sobre el amor y el matrimonio.
(4ª ed.). Navarra: Eunsa.
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