miércoles, 22 de junio de 2016

AMOR ORDENADO Y AMOR DESORDENADO












JAVIER HERVADA

Javer Hervada es Catedratico Emerito de Derecho Canònico y de Derecho Eclesiàstico del Estado y Profesor Honorario de Filosofìa de Derecho, Director del Instituto de Derechos Humanos y Director del Instituto “Martìn de Azpilcueta”. Ha dirigido las revistas lus Canonicum, Persona y Derecho, Humana lura y Fidelium lura. Està en posesiòn de la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, S.S. Juan Pablo II le nombrò caballero comendador de la Orden de San Gregorio Magno y es Doctor “honoris causa” por la pontificia Universidad del la Santa Croce (Roma). Està reconocido como uno de los mas prestigiosos matrimonialistas del siglo XX.  



Ideas puntuales

Una afirmacion incidental de Pieper, en su libro “El amor, nos puede intruducir en el camino de nuestras reflexiones: El amor escribe y sòlo el amor, es lo que tiene que estar en el orden para que todo hombre lo èste, y sea bueno”. Fijemonos en el matiz: el amor tiene que estar en orden. Según el amor este o no ordenado, el vivir del hombre serà recto o desordenado. Ya lo decia San Agustìn muchos siglos antes: “Todos viven de su amor, hacia el bien o hacia el mal”.
Es el mismo San Agustin quien en “La ciudad de Dios” plantea su famosa teoria de los dos amores: “Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sì mismo, la celestial”.

Hablando con propiedad de lenguaje, no es que haya dos amores (visto el tema desde la perspectiva en que estamos situados) hay un solo amor, pero este amor puede ser ordenado o desordenado, virtuoso o vicioso. Por eso, aunque es habitual que, al hablar de amor, se sobreentienda el amor ordenado, cuando se quiere dejar inequívocamente claro que uno se refiere al amor ordenado, se suele añadir un adjetivo: verdadero, autentico, ordenado, genuino, etc.

En este punto y antes de seguir adelante quisiera hacer un inciso para aclarar una posible confusión. El amor ordenado del aquí hablamos no es aquella ordenación exterior que proviene de las convenciones sociales, de la costumbre o de las formas humanas de conducta. Recuerdo al respecto, como ejemplo típico de la crasa ignorancia que a veces manifiestan quienes hablan de este tema.
Quede, puede, claro que al hablar del amor ordenado no me refiero a las conversaciones sociales, a las costumbres de los pueblos o a las formas humanas. Me refiero a aquel orden intrínseco del amor que es inherente a él mismo; en categorías filosóficas, hablo del orden como trascendental de ser. (p. 123)

Una rueda, por ejemplo, es tanto más rueda cuanto más perfectamente es circulo; si una parte de ella se desordena y adquiere una forma parabólica, la rueda pierde en parte su ser mismo de rueda, y si tanto se desordena su estructura que adquiere una forma cuadrada, dejaría de ser rueda. ¿Qué es cualquier enfermedad, sino la rotura parcial de orden intrínseco del cuerpo humano? Cuando un musculo, en lugar de moverse según el orden natural que lo rige, se mueve desordenamente, se origina un movimiento espasmódico, si tiene ciertas características. Cuando unas células del cuerpo crecen desordena mente y alteran su conformación, se origina un tumor. Un cuerpo enfermo es siempre un cuerpo con una alteración en la constitución que le es normal. La enfermedad es lo anormal, lo que está fuera de la norma del cuerpo, esto es, de su orden en sentido filosófico.

Es de este orden del que aquí hablamos. De aquel orden en cuya virtud el ser se desarrolla normalmente y cuya disminución o perdida, disminuye la capacidad del ser o lo destruye. Aquel orden que, por ser un trascendental, potencia y perfecciona al amor, cuanto más ordenado es.
El amor desordenado es imperfección y degradación del amor, es menos amor, cuando no se transforma en su corrupción. El amor ordenado es el amor, aquel que es verdadero, bueno y bello.
Hecha esta discreción, sigamos con el hilo del discurso. Hay, decía un solo amor. En efecto, el amor no es otra cosa que el primer movimiento de la voluntad en cuanto, de modo concreto, se orienta y adhiere intencionalmente al objeto amado. (pp. 123-124)

En otras palabras, es el primer movimiento de la inclinación al bien, grabada en la naturaleza, en el corazón del hombre. Lo que ocurre es que, junto al amor verdadero hay un amor falso, junto al amor virtuoso hay un amor vicioso. ¿Por qué? Por que el hombre tiene en sí un factor de desorden en su inclinación al bien, de modo que, además de la ley natural, tiene también la inclinación al mal (la concupiscencia), que se le aparece con ropaje de un cierto bien. Si el amor es el primer movimiento de la voluntad, la apertura primaria de la voluntad en cuanto se inclina al bien, cuando esta inclinación esta desordenada, el amor nace desordenado según un orden o desorden fundamental de la persona. Y es lógico que así sea: el amor es acto, de la potencia (de la voluntad). Según el orden fundamental de la voluntad, así será el orden del amor que de ella nazca.

La conclusión que de esto se deduce es clara: no porque haya amor, hay ya conducta recta. Sin la idea de orden, el amor se falsea y se degrada, como se falsea y se degrada la conducta humana.
El amor en sì no mide originalmente el obrar humano. La espontaneidad del amor no es fuente primaria del orden, porque el amor es una realidad media, ordenada, por un criterio distinto al de su espontaneidad. Sólo en un momento posterior, cuando hablamos de un amor ordenado, entonces sí que el amor es la ley –ley suprema- del vivir del obrar del hombre. Entonces sí que adquiere toda su validez el “ama y haz lo que quieras”   de San Agustín. Entonces sí que el amor resume y compendia todos preceptos de la ley natural. (p.125)

Referencia bibliográfica
Hervada, J. (2007). Diálogo sobre el amor y el matrimonio. (4ª ed.). Navarra: Eunsa.



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